Ali permaneció invicto los primeros 11 años de su carrera profesional. Hasta la noche en que Joe Frazier (Campeón en los JJ.OO. de Tokyo en 1964 y campeón mundial vigente e invicto en 1971) le mandó a la lona por primera vez y le derrotó por puntos en 15 asaltos. El propio Frazier pidió al presidente Richard Nixon que le permitiera a Ali volver a boxear después de los tres años suspendido de licencia. Ali volvió a boxear. Y fue derrotado por primera vez.
Tiempo después de esta derrota, Ali declaró:
“Sólo un hombre que sabe lo que se siente al ser derrotado puede llegar hasta el fondo de su alma y sacar lo que le queda de energía para ganar un combate que está igualado.”

Ali fue fiel a sus palabras. Luchó hasta el límite entre la vida y la muerte, como él mismo reconoció, en los dos siguientes combates de revancha ante Joe Frazier, especialmente en el tercero (y último). Ali había ganado el segundo combate por puntos. La tercera pelea era la del desempate. Nunca he visto una lucha deportiva tan brutal, tan noble y tan de verdad. El propio Ali dijo después de ese combate: “Nunca me había sentido tan cerca de la muerte”.
No diré que el deporte tenga que ser una cuestión de vida o muerte. Nunca lo diré. Pero en mi opinión, cualquier deportista debería ver, al menos, este combate. Al menos, una vez en la vida.

El tercer combate entre Ali y Frazier fue el 1 de octubre de 1975 en Manila (Filipinas). Los dos boxeadores lanzaron y encajaron un número incontable de golpes. Entre los asaltos 10º y 12º, Ali estuvo al borde del abandono. Pero aguantó, se rehízo de un modo majestuoso y, en los asaltos 13º y 14º, estuvo a punto de ganar por KO. Se habían disputado 14 asaltos (de los 15 previstos) trepidantes, duros, tremendamente exigentes, a más de 40 grados de temperatura. Los dos boxeadores estaban exhaustos. El decimocuarto asalto había llevado a ambos a ese límite que muy pocos conocen. Los dos boxeadores llegaron a sus sillas agotados, como nunca se les había visto, aguardando los tres minutos de “batalla” que aún quedaban por delante. En las “esquinas”, sus entrenadores, desconcertados, sabían que continuar podía llevar a un trágico final que nadie quería. En las dos “esquinas” se dudó en seguir adelante. Pero fue Frazier quien se quedó sentado en la silla. Él quiso continuar, pero su entrenador (Eddie Futch) no le permitió acudir a la llamada del árbitro para el decimoquinto (y último) asalto. En ese momento, Ali, sorprendido, se puso con dificultad en pie, alzó su brazo derecho como gesto de victoria y, rápidamente, fue agarrado por su entrenador porque Ali no podía sostenerse por sí mismo.
Después, Ali declaró: “Frazier se retiró justo antes que yo. No creía que yo pudiera pelear más”.
Probablemente, estas fueron las palabras más amables que Ali le dirigió a Frazier, en gesto de agradecimiento y de aprecio. Muy diferentes a los insultos con los que Ali “calentó” sus combates. Y digo “palabras amables” porque, en mi opinión, Ali nunca se habría retirado. No, esa noche. No, allí. No, ante Frazier.
No, porque ‘retirarse’ habría sido el final de todo por lo que Ali había luchado, el final de su sueño (ser “el más grande”), el final de su vida.
En entrevistas posteriores al combate, Ali también dijo:
“Joe Frazier, lo diré al mundo ahora mismo, sacaste lo mejor de mí, eres un hombre increíble, que Dios te bendiga.”
“Joe Frazier es el mejor boxeador de todos los tiempos, después de mí.”
Ali y Frazier dejaron para la historia una de las grandes “trilogías” del boxeo. El último combate fue uno de los más apasionantes que se recuerdan por el título mundial de los pesos pesados. A pesar de su rivalidad deportiva sin precedentes y, sobre todo, a pesar de las declaraciones de Ali –muchas veces, insultantes hacia Frazier–, después de aquellos tres combates, se les vio juntos algunas veces. Ambos se respetaron y se admiraron deportivamente. Dejaron claro que el ring es el único lugar en el que habrían de librarse todas las batallas.
Para mí, el deporte representa lo que pude ver en Ali y Frazier, dentro del ring.
“Me encantaría que todas las personas quisieran al resto de la gente como me quieren a mí. El mundo sería un lugar mejor.”
